Argentina definió a la perfección lo que significa alcanzar un objetivo para cualquier mortal con DNI argentino. Sufriendo, como en la vida misma, consiguió clasificar a la siguiente ronda. Éxtasis, felicidad, decepción, nervios, polémica. Así fue la montaña rusa de emociones que vivió el equipo de Lionel Scaloni y que se convirtió en la metáfora perfecta que identifica a los argentinos.
Por Matías Sartori | Media Sport Press Agency para Deporte Argentino Plus
Todo, siempre, cuesta más. Al menos, si la sangre está teñida con tintes albiceleste. Es parte de nuestra identidad. De nuestra historia. Es la esencia criolla: sufrir para conseguir tu objetivo. Disfrutando y haciendo las cosas bien. Sufriendo y sacando lo peor de nosotros. Con la cancha embarrada. Contra 11 jugadores vestidos de naranja y un árbitro protagónico que tampoco puso las cosas fáciles. Ni para uno ni para otros. Despertando así a la bestia que habita en cada ser humano. Aquella que te hace susurrar el oído del rival, tirar un pelotazo al banco de suplentes o burlarse de la eliminación después de los penales.
Porque nacimos para sufrir. Así se percibe la vida de los argentinos. Levantarse a las 4 de la mañana para hornear el pan y llegar con lo justo a finales de mes. Hacer malabares con el sueldo para pagar todos los gastos. Hacer la compra y pagarla en cuotas. Emigrar a otro país y comenzar de cero. Conseguir objetivos, para cualquier argentino o argentina, siempre tiene un plus adicional de sufrimiento. La mochila pesa más. La cima siempre está un poco más alta.
Con un partido controlado, ganando 2 a 0, acariciando las semifinales con la mano. Todo parecía ser de color de rosas. Pero los guiones albicelestes siempre tienen algo de rock and roll mezclado con cumbia. Algo, por leyes de la naturaleza, siempre descarrila. Está en nuestro ADN. Y anoche, contra Países Bajos, fue una metáfora de lo que significa tener que transpirar la camiseta. No, no podía ser de otra manera. No podía haber sido con un 3 a 0. Ni tampoco con un 3 a 2 después de un segundo tiempo suplementario impecable de Argentina. El destino siempre está escrito por un guionista caprichoso y con un sentido del humor difícil de comprender. Holanda, como popularmente la llamamos, descontó con un cabezazo de un gigante que nos hace acordar al mismo Goliat yendo a devorar a David. Y, como si fuera poco, el árbitro Mateu Lahoz adicionó 10 minutos (que finalmente sería alguno más) a un partido que vivió una eternidad en su desenlace. Contra todo y contra todos, Argentina recibió otro zarpazo. Gol en el 101 gracias a la libreta de Louis Van Gaal. Mucha rabia, mucha impotencia, mucha bronca. Lo tenías ahí y, de repente, se derrumba el castillo de naipes. El universo, muchas veces, parece conspirar contra nosotros. Vuelta a empezar. No queda otra.
Pero si de algo está hecho el argentino es crecer a base de golpes y cachetazos. Malvinas, el corralito, la crisis económica… ¿Qué te voy a contar a vos que las pasaste todas? Pero, volviendo al fútbol, no se olviden que el pibe que lleva la ‘10’ casi tatuada en la espalda perdió varias finales con este escudo. La perdimos todos. Una generación tras otras. Contra Chile, contra Alemania, contra Brasil. Copa América, Copa del Mundo, Copa Confederaciones. Somos los fracasados que vuelven a soñar con el éxito. Los persistentes. Los que muerden el polvo y se vuelven a levantar. Ingenuos entusiastas que persiguen sus sueños.
Y, saben una cosa, estamos cansados de serlo. Estamos cansados de ser el equipo sudamericano que miran por encima del hombro. Estamos cansados del desprecio del mundo del fútbol y del periodismo contemporánea del clickbait. Estamos cansados de ser los inmigrantes que buscan un mejor lugar en el mundo. Estamos cansados de las injusticias sociales, políticas y deportivas. Presumimos de chamuyo y en esta eliminatoria se cansaron de hablar en la previa de especulaciones con acento neerlandés. De penales perdidos sin siquiera patearse. De boquear antes del partido. Países Bajos pecó de argentinismo. Nosotros, por desgracia, aprendimos de los Mundiales que celebramos ganar antes de tiempo. Nosotros, que más de uno empezó a tallar la tercera estrella de forma anticipada, ya nos partimos la cara con nuestro propio orgullo. Saboreamos la sangre a borbotones. Heridas que, con tres finales perdidas en Mundiales, imaginamos que la ‘Oranje’ también comparte con nosotros. Pero anoche, nos olvidamos de eso y reinó el fanfarroneo que eclipsó el fair play. A veces, lo políticamente correcto es romper la baraja cuando el que reparte las cartas se burla de nosotros.
Somos el pelotazo de Paredes contra el banco. Somos el ‘qué mirás, bobo’ que sale de la boca de Messi. Somos el propio Dibu denunciando las injusticias arbitrales. Porque Argentina es la mezcla de la humildad de Messi y el orgullo de Maradona. Y agachamos la cabeza cuando Arabia nos gana en nuestro debut y nos quedamos contra las cuerdas. Pero ponemos la frente alta y alzamos el grito sagrado de nuestro himno cuando quieren pisotearnos. Y anoche, la diferencia de estatura fue inversamente proporcional a la del orgullo.
Argentina, con sus virtudes y sus impurezas, pasó a semifinales por derecho propio. Con la imperfección humana que nos define, y el espíritu de rebeldía y coraje que el potrero de la vida nos enseñó.
Foto: AFA