Argentina superó a Nigeria por 2-1 gracias a los goles de Messi y Rojo, sobre la hora. La selección de Sampaoli tuvo que sufrir para conseguir la victoria gracias la paciencia de un equipo que fue más corazón que fútbol y a la mano que le dio Croacia venciendo a Islandia. Argentina ya está en octavos en donde se verá las caras ante Francia el próximo sábado.
Después de días convulsos en Bronnitsy entre rumores, días tensos, intercambio de opiniones, llegaba el turno de hablar en la cancha.
Sampaoli presentó un equipo con mayor experiencia y con una única apuesta novedosa: Franco Armani al arco.
Con la tradicional línea de cuatro conformada por Mercado, Otamendi, Rojo y Tagliafico, el seleccionado nacional tiraba de oficio desde la defensa. En el medio, Mascherano y Enzo Pérez volvían a confirmar la pareja en el círculo central mientras que Banega, disfrazado de enganche, buscaba generar el juego albiceleste. Higuaín, Messi y Di María volvía a protagonizar el tridente ofensivo de los ya demonimados ‘históricos»
Nigeria movía la pelota en el saque
inicial. Argentina se tomó los primeros minutos para leer el partido y el planteamiento del combinado africano. Las Águilas intentaron tutear a la vigente subcampeona del mundo con una primera aproximación que Otamendi, en primera instancia, y Enzo Pérez, en una segunda ocasión seguida, barrieron el intento de peligro.
Argentina despertaría pronto. Quizás, no solamente en el partido, sino en esta Copa del Mundo. Banega se hacía el dueño de la pelota y repartía el esférico por ambas bandas. De sus pies, comenzaría a tejer los finos hilos del tímido, pero voluntarioso, juego argentino. Su primera inspiración trajo una asistencia a Tagliafico que acabó con un disparo sin éxito cuando el reloj apenas marcaba siete minutos.
Nigeria no se escondía y probaba también con otro tiro de media distancia protagonizada por Musa. Como un partido de ping-pong, tocaba el turno de golpear nuevamente. La asociación Messi-Banega volvía a recordar buenas épocas y, en homenaje de éstas, regalaron una jugada colectiva en la que Messi, afilando sus botines con un acción individual que no prosperó.
Sólo el propio Mascherano con un pase desafortunado brindó una nueva oportunidad a Nigeria que el propio Jefecito despejó desde el piso en un acto de enmienda que el público premió con aplausos.
Corrían los minutos cuando, sobre el cuarto de hora, Éver Banega colgaría una pelota aérea milimétrica para que Messi, a puro velocidad, la bajara y definiera con la derecha superando al arquero Uzoho. Gol de Argentina. Gol de Messi. La pulga lo celebró con euforia y elevó las manos al cielo. Festejo de desahogo junto a los compañeros, y a los 40 millones de argentinos que también abrazaron a su tele.
Argentina ganaba sin problemas y controlaba la pelota. Mientras tanto, desde Rostov, Islandia y Croacia no traían novedades. Volviendo a San Petersburgo, Messi volvía a frotar la lámpara con un pase digno de su estilo que Higuaín, con lo justo, con logró conectar con efectividad ante la rápida salida del arquero.
Di María se unía a la caballería albiceleste conformada por los ‘cuatro fantásticos’. El Fideo, que se mostró impreciso en algunos pases, se mostró en buen nivel presionando, metiendo y recuperando. También iba a tener su chance. Otra genialidad en forma de pase quirúrgico made un ‘Messi’ que no logró interceptar por un foul que evitó el mano a mano.
De ese tiro libre, Messi buscaría su segundo gol pero el palo izquierdo del arquero impedía el 2-0 cuando el partido cumplía media hora de juego. El partido se enfría y los equipos bajaron la intensidad del encuentro antes del entretiempo.
Comenzaba el segundo tiempo. La suerte parecía cambiar a favor de Nigeria. En una de las primeras ocasiones, Mascherano cometía un penal de los que rara vez se cobra. Moses transformaba el gol y empata el partido con todo el complemento por decidir. La radio, y las redes sociales, nos traía un victoria transitoria de Croacia y, posteriormente, el empate de Islandia. La suerte parecía darle la espalda nuevamente a Argentina. Como en la final de EEUU, la de Chile, ambas en Copa América, y la recordada final en Brasil hace cuatro años.
Sampaoli metía a Pavón que revolucionó el juego desde su carril. Primero, con un buen desborde, y después, con un caño inmaculado para demostrar que ese carril tiene su nombre.
Argentina intentaba inclinar la balanza a favor. Pero no sabía que necesitaría más que fútbol y suerte. Nigeria enmudeció el estadio cuando Ndidi probaba con un tiro peligroso. Llegaría un mal despeje de Rojo para que Ighalo, con una volea, volviera a poner en apuros el arco de Armani.
Meza y Agüero entraban en escena a
para poner más dinamita al ataque albiceleste. Higuaín desaprovechada otro gol increíble evidenciando su faltando acierto en momentos decisivos pese a su buen partido.
Argentina edificaba la hazaña. El equipo de Sampaoli parecía coquetear entre el infierno y el cielo en una especie de purgatorio futbolístico con aires rusos. Y el milagro ocurrió. Centro desde la derecha de Mercado para que Rojo firme un ‘pase a la red’ que sacudió el firmamento del estadio de San Petersburgo. Éxtasis. Euforia. Desahogo. Felicidad absoluta. La gente hipotecaba su garganta en un grito en común, en un grito sagrado. GOL. La ascensión a los cielos de los octavos de final del Mundial se confirmaba con un gol croata que llegó como un susurro y se despidió como un estruendo que se fusionaba con la plenitud de la vorágine agónica que supone ambos goles sobre la hora.
El último trueno llegó en forma de silbato. Final del partido. Argentina derrochó sangre, sudor y lágrimas para convertirse en una especie de arquitecto que construye una victoria algo desprolija pero con un valor simbólico digna de una obra de arte.
Argentina, que estaba muerta, resucitó y ascendió a los cielos de Rusia. Un cielo que se vuelve a teñir de celeste y blanco y que posiciona al equipo en la nube de los octavos. Allí espera Francia.
El equipo de Sampaoli volvió a la vida. Ahora si, comienza ‘su’ Copa del Mundo.