Este miércoles se cumple un mes de la final del Mundial. Aquella que bordó la tercera estrella mundialista por encima del escudo de la AFA. Esa que tuvo que esperar 36 años bajo la alargada sombra de Diego Armando Maradona y con el consuelo de la ‘Mano de Dios’, el gol de siglo ante Inglaterra y el decisivo gol de Jorge Burruchaga en la final del 86 ante Alemania. La final del Mundial de Qatar que, entre otras cosas, nos cambió la vida.
Por Matías L. Sartori | Media Sport Press Agency para Deporte Argentino Plus
Aún se me eriza la piel. Aún siento el corazón latir del periodista que se sentó a mi lado, Germán Carrara, y me abrazó con euforia después del gol de Gonzalo Montiel. Aún siento las gotas de sudor cayendo por mi rostro después del multitudinario viaje en metro hacia el Lusail. Recuerdo el fernet de aquellos hinchas, Maca y Tomy, que me ‘secuestraron’ en un Uber para llegar antes al estadio. Todavía puedo oler el humo de los asados vespertinos de Juan, Gabo o Javi Montegrande en el barrio de Barwa y la previa con otros colegas de profesión, como Matías Pelliccioni, abonados al ritual cabulero que supone repetir, antes de cada partido, la misma cobertura en el mismo lugar. Allí todavía suenan los acordes de ‘Mati Tecla’ que retumban entre los cluster azules y celestes, que nacían del famoso Q6.
Doha, Qatar, Souq Waqif, Barwa, Lusail volvieron a la normalidad. La vida siguió su curso en aquella tierra qatarí que hizo más dorado -y sonriente- el sol que ostenta nuestra flamante bandera albiceleste. Pero, mientras la medianoche allí ya indica que es 18 de enero, nuestras vidas cumplen un mes desde que, literalmente, cambiaron.
Porque, ¿a quién vamos a engañar? No estamos exagerando. Si los problemas parecen -solo parecen- que desaparecieron durante esos 30 días maravillosos. Si estos pibes que ya son inmortales nos enseñaron que, cuando tropezamos o las cosas no salen como queremos, nos viene a la mente el primer partido de Arabia. Si este fenómeno llamado ‘Scaloneta ‘nos enseñó que no hay que bajar los brazos y seguir confiando hasta el final. Si cuando la cosa se complica todos tenemos un ‘Dibu’ Martínez en nuestra vida que nos salva. Si, incluso, ya sabemos que cada tanto pegarle un pelotazo al banco de suplentes no es tan malo. O mandamos ‘pa’llá’ al primer bobo que nos intenta arruinar el día.
La Selección Argentina, con su proclamación como campeona del mundo, nos ha cambiado la vida. No es una exageración ni una utopía. Es un hecho. Porque un pedacito de cada uno de los argentinos ya es diferente. Porque las redes sociales no paran de darnos publicaciones y recuerdos tan vivos y cercanos. Un reels, una imagen de Messi, una arenga. Esa guitarra que nos dice que ‘no tengo pensado hundirme acá tirado’. Ese relato con el gol de Di María, vio. Esas jugadas en la playa recreando una y otra vez el gol del Fideo. La Abuela La La La La La. Los más de 5 millones en el obelisco. Los cumpleaños de niños celebrando con la Copa del Mundo levantada hacia el cielo. El ‘Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar’ que ya es casi nuestro segundo himno. Los miles de tatuajes rememorando esa final para siempre en la piel ¿Cuántas cosas más pasaron en este mes?
Pero, volviendo a aquel domingo 18 de diciembre, recuerdo el aire recibiéndome en el pupitre de prensa con un estadio, tres horas antes, casi vacío. El apretón de mano del compañero Francisco Alí que, horas más tarde, pedía calma después de cada gol. El Lusail tiñéndose de celeste y blanco para dar paso al acto previo al a final ante Francia. Un primer tiempo donde rozamos la perfección. El gol de Messi que marcaba el camino. El contrataque letal gracias a la triangulación de Messi, Julián Álvarez, Alexis Mac Allister y el gol de Di María. Recuerdos los dos puñales en forma de goles de Mbappé. El alargue. Un intercambio de goles. Un intercambio de sustos. Dibu Martínez y Lautaro Martínez nos hicieron pasar del susto a la ilusión. Y los penales. Benditos penales. Desde la tribuna de prensa, aún veo a otros periodistas como Cristian Hliba o Esteban Godoy compartiendo las lágrimas vía whatsapp con sus familiares. En mi cabeza aparece un Nico Mai celebrando como un eufórico hincha con micrófono en mano o la serenidad de un Sergio Levinsky que, con más de una decena de Mundiales, vivió su tercera conquista. El reencuentro post partido con Lucas Gatti y Diego Bautista buscando el bus de celebración en el boulevar de Lusail. La efímera ‘zona mixta’ con Hernán Claus, Roi Tamagni, Fede Jelic, Leo Noli o Nahuel Lanzillota donde pasaron los jugadores cantando ‘y no me importa lo que digan esos put*s periodistas’. Porque, los que vivimos de cerca ese Mundial, nos quedamos con esa experiencia y con las personas que compartieron esa vivencia tan reconfortante como inolvidable. Al igual que los laureles, sean eternos esos recuerdos. El resto, es historia.
Una historia que indica que somos campeones del mundo. Una historia que nos hizo volver a la gloria. Una historia que, para muchos, cambió nuestra propia historia.
Feliz primer mes de aniversario, señores.
Foto: AFA